LA HORA DE LA IMAGINACIÓN

Sobre Circular de Emilio Reato

 

Hay lugares perdidos en la Provincia de Buenos Aires cuyo influjo todavía sienten sus habitantes y buscan sus geógrafos. En esos sitios, un arquitecto desperdigó mataderos, cementerios y municipalidades de hormigón con cuchillos gigantes, ángeles vengadores y torres como castillos con miradores. Escultores levantaron osos polares, madres de cemento y gauchos de bronce en las plazas, y pintores de almanaque imaginaron las escuelas como museos, apurando la sorpresa de los alumnos en una hora libre o durante matemática. En ese lugar infinito, durante décadas, viajaron los circos del mundo, que soltaron sus monstruos prehistóricos y sus gigantes asiáticos en una llanura metafísica sólo detenida por el mar.

No resulta sorprendente que los habitantes del lugar se acostumbrasen a transitar la frustración y el asombro durante toda su vida. Tampoco que sus comercios, plazas, caminos, estaciones de tren y hospitales acumulasen en sus paredes una imposible suma de esas memorias, de ruinas y supervivencias sobre todo lo sucedido en su historia bicentenaria. Tampoco que sus artistas, aquellos que lejos de la cómoda migración a las capitales del arte decidieron y deciden quedarse, sufran el poderoso influjo de aquella geografía de tradición inventada, en cuya delirante pero precisa vecindad, habita una extraña belleza.

En algún lugar de esa mancha bonaerense, durante varias tardecitas y en diferentes lugares, un chico se acuesta en el suelo y apoya la cabeza en la arena de la playa, en el cemento de una estación de servicio, en el pasto de una plaza o en el mosaico de una sala de espera del hospital. Una vez allí, dispone juguetes cerca de sus ojos y los monumentaliza con la vista, sonríe y observa. Gigantes y románticos, desde ese lugar sus juguetes viven y tienen escenario: un matadero de Salamone, un oso polar de Maldonado, un monumento perdido del peronismo, hacen sentido en una pampa habitada por ruinas y utopías abandonadas y resilentes. Sin embargo, para el chico todo es juego, material disponible para su aventura que dura hasta que llegue la noche cada vez al paisaje; un espacio seguro rodeado de incertidumbre, un verano de la imaginación.

Como se sabe tarde, todo juego es en verdad deseo y el deseo es siempre épica, disfrazada de juego. Las imágenes salidas de esas tardecitas, desean, una a una, que llegue la hora de la imaginación.

El chico se llama Emilio Reato, lleva décadas de infancia creciendo en su pintura, apoyando la cabeza en el suelo y recuperando lo que hay para ver desde ahí. Su juego se define en la viñeta de un recuerdo que prensa otros, personales y colectivos, que duran años en fabricarse, y que deambulan por esas lejanas tierras de Buenos Aires donde otros como él han dejado ya algunas huellas. La operación parece sencilla, porque en los recuerdos y en los viajes todo vale, toda combinación es posible, sin embargo no todas las maneras son precisas, no todos los pueblos son ese pueblo o esa ciudad. Reato despierta las leyendas propias y ajenas con la eficacia del que sabe que ya estaban allí, por eso los gigantes no se mueven si el viento no sopla sobre las aspas del molino.

Lejos de las pesadas alegorías, de la tragedia de las ruinas o del simple deseo de registrar, las imágenes de Reato son postales de un verano en ese lugar que recorre su pintura, pequeños relatos acerca de grandes hechos en la historia personal de su imaginación. Aterradoras en la risa, como cuando nos hace llorar un payaso o nos asusta un tiburón de plástico, las imágenes cuentan los cuentos que quieren contar y, sobre todo, desean aquello que cuentan.

Circular es precisamente eso, un deseo que intenta volver a fundir el recuerdo de esas orillas con los territorios que las habitan, saliendo de los museos, a veces, mausoleos de la imaginación, para andar por las calles. Como aquellas empresas cuando los artistas bonaerenses iban a la escuela, repartían almanaques o fabricaban monumentos, las obras de Reato libran la batalla dispersas ahora por los enclaves culturales y políticos de Ituzaingó, una ciudad del oeste bonaerense.

Como habitante o visitante de aquellos parajes podrás ir en su búsqueda. Sin embargo, será aún mejor que las encuentres con sorpresa -que es quizás la manera más feliz de encontrarse con las cosas-, cuando compres cigarros en el supermercado, ibuprofeno en la farmacia, marques tarjeta en la fábrica, esperes en el hospital con un porrazo, reces en la iglesia como lo hacía tu abuela o apoyes la cabeza en el suelo para ver a tus juguetes gigantes. Durante Circular, aquí y allá encontrarás reatos cotidianos, realizados durante todos estos años de infancia continuada. No habrá cronología o cuestiones que atañen al mundo del arte; sino más bien deseo de refundar imagen con lugar.

En ese sentido, Circular, es un deseo de porvenir disfrazado de juego nostálgico en una época nueva del mundo, donde robots autómatas parece que pronto nos ahorrarán el trabajo del cuerpo y la imaginación. Mientras tanto Reato piensa en osos rojos y en extrañeza para la galería de arte de la ciudad, cuelga sus gigantes-soldadores en una herrería de barrio y sus monumentos descamisados y gauchos toman la Municipalidad. Mientras un rey loco con un perro de tres cabezas amenaza con terminar con los museos y la alegría, con los libros y la ciencia por televisión, Reato guarda sus bocetos y registros en el Museo Histórico, exhibe su picaresca en las paredes de un bodegón junto al vino de estación y sus Quijotes salamónicos te invitan a deambular por las librerías. Cuando el espíritu del país resulta en un esotérico mandato de las fuerzas del cielo y pregona sospechosa libertad, Reato lleva a la parroquia sus retablos, rinde sus exvotos y viejas tribulaciones; y también abre ventanas, patios y costas en las cárceles.

Circular, caminar y encontrarse con los vecinos implica ahora resistencia. Circular resulta entonces urgente ya que, engañosamente retrospectiva, no tiene nostalgia sino más bien expectativa. Con todo eso a cuestas y con una brújula que señala a todos los nortes al mismo tiempo, las imágenes de Reato, reunidas en la dispersión, cuentan que quizás sea de nuevo el momento, que ha llegado la hora de la imaginación.

 

Federico Ruvituso

Director Museo Provincial
de Bellas Artes Emilio Petorutti